Lloré hasta sentir las lágrimas secarse en mis dedos. Lloré hasta respirar hondo
y darme cuenta de que ya nadie me hacía bien. Lloré hasta entender que estaba
sola y desprotegida. Lloré hasta sentirme completamente inútil. Lloré, porque
comprendí que nada era capaz de hacerme sentir viva. Lloré porque
sentí tu ausencia, esa que hasta hace unos meses nunca había sentido.
Y fue así como me ví de nuevo en esta habitación tratando de recordarte, recogiendo
los pedazos de tu boca, armando tu risa y sepultando otras voces, para poder entre
ellas distinguir tus susurros; y sin querer entenderlo, cuando ninguna de las fichas
encajaba, entendí que te había perdido. Lloré, porque sólo tenía viejos recuerdos,
algunas imágenes borrosas de las que casi no distinguía tu lejana y triste mirada.
Lloré hasta verte al lado mío, secando con tanto amor mis lágrimas, tratando de
aliviar mí llanto. Lloré, porque de alguna manera me estaba resignando a seguir
cada minuto y cada segundo sin tu compañía. Lloré porque nunca te diste cuenta de
que todo lo que hacía era solamente por tí, porque nunca sentí que mi esfuerzo era
suficiente para que te sintieras orgulloso de mí. Lloré, porque vivía cada día sin
vivirlo, creyéndome feliz, convenciéndome de que todo lo que hacía estaba bien
Vivía sólo para entregarte miradas, mi energía, mi vida en un segundo y poder sonreír
al saber que estarías siempre a mi lado. Y después de eso, volví a entender que cada
cosa que hacía era inútil, que a nadie le importaba verdaderamente lo que hacía o
dejaba de hacer. Y lloré, para descargar de una vez por todas, todo el dolor que
me ocasionaba sentirme tan poca cosa, de pronto me había olvidado de cómo
era sentirse orgullosa de una misma, lloré porque te extrañaba y
no podía hacer nada para recuperarte. A pesar de mis
intentos siempre hay algo que supera mis fuerzas y me derriba haciendo caer una
y otra vez de la misma forma, en el mismo lugar, hiriendo mi dignidad. Al saber
que te habías ido perdí todas las ganas de seguir; tal vez me acostumbre demasiado a tenerte cerca y a que me transmitieras cada día un poquito
de tu filosofía, porque de cada día hacías una historia diferente. Antes de que llegaras
no confiaba en nadie, ni siquiera en mí, y la verdad es que siempre supe que algún día
tantas otras veces, a escondidas, para no defraudarte. Lloré, porque
te nec esitaba más que nunca, más que siempre y lanoche apenas comenzaba.